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EL BEATO J. B. SCALABRINI Y LAS MIGRACIONES

A continuación, se presentan algunas consideraciones sobre la temática del título anterior. El enfoque tiene un carácter histórico, particularmente centrado en el contexto en el que vivió Scalabrini y en el que desarrolló su obra. Esto, como pronto veremos, coincide con el surgimiento de la Carta Encíclica que inaugura la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Esto aclara por qué la figura y el ministerio del beato Scalabrini, en los párrafos siguientes, se proyectan en el contexto de los principios fundamentales del DSI. En una palabra, este es el núcleo del artículo: el carisma scalabriniano, por un lado, y los documentos de la enseñanza social de la Iglesia, por el otro. Estos constituyen dos pilares principales del trabajo pastoral con migrantes y refugiados. Un tercer argumento es que los frecuentes “gritos” del Papa Francisco sobre el fenómeno migratorio constituyen el punto final del texto.

  • Migración, Scalabrini y DSI

Es imposible separar el binomio Scalabrini y Migraciones, de una parte, de los temas fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Veremos más adelante cómo el beato J. B. Scalabrini figura cómo uno de los precursores de la preocupación pastoral por las condiciones reales de la población, es decir, de la enseñanza de la Iglesia relacionada con la llamada “cuestión social”. Desde esta perspectiva, conviene comenzar con dos citas de estos escritos de carácter social, un poco extensas, es cierto, pero de una indiscutible centralidad. La primera se refiere a la apertura de la Carta Encíclica Rerum Novarum (RN), que abre la DSI.

La sed de innovación, que desde hace mucho tiempo se ha apoderado de las sociedades y las tiene en febril agitación, era de esperar que el afán de cambiarlo todo, tarde o temprano debería pasar de las regiones políticas a la esfera vecina de la economía social. En efecto, el incesante progreso de la industria, los nuevos caminos por los que entraron las artes, la alteración de las relaciones entre obreros y patrones, la acumulación de la riqueza en manos de unos pocos y la pobreza de la inmensa mayoría, la mayor confianza de los obreros en sí mismos y la más estrecha cohesión entre ellos, todo esto, juntamente con  la corrupción de las costumbres, derivó en un temible  conflito.

La segunda cita, desde el punto de vista de la “cuestión social”, está tomada de Gaudium et Spes (GS), uno de los documentos más significativos sobre la preocupación de la Iglesia por aquellos cuyas vidas son más vulnerables y amenazadas.

“Las alegrías y las esperanzas, las penas y las angustias de los hombres de hoy, especialmente de los pobres y de todos los que sufren, son también las alegrías y las esperanzas, las penas y las angustias de los discípulos de Cristo”. Más adelante leemos: “La humanidad vive ahora una nueva etapa de su historia, en la que progresivamente se extienden por toda la tierra profundas y rápidas transformaciones. Provocadas por la inteligencia y la actividad creadora del hombre, afectan al hombre mismo, a sus juicios y deseos individuales y colectivos, a sus formas de pensar y actuar, tanto en relación con las cosas como con las personas, de tal modo que ya podemos hablar de un verdadero cambio social y cultural, que se refleja también en la vida religiosa”.

Más cercanas a nosotros, y directamente relacionadas con el tema del fenómeno migratorio, me atrevo a mencionar otras dos citas. El primero proviene de la Instrucción Erga Migrantes Caritas Christi (EMCC), de 2004, que propone actualizar la Exsul Familia (EF), de 1942, en el tema de la movilidad humana. El texto dice:

Las migraciones de hoy constituyen el mayor movimiento de todos los tiempos. En las últimas décadas, este fenómeno, que hoy involucra a unos 200 millones de seres humanos, se ha convertido en una realidad estructural de la sociedad contemporánea, y constituye un problema cada vez más complejo, desde el punto de vista social, cultural, político, religioso y  pastoral

Según el informe de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de las Naciones Unidas, publicado en noviembre de 2019, actualmente el número de personas que residen fuera del país donde nacieron alcanza los 272 millones de personas, de las cuales unos 85 millones son refugiados, eso sin contar las migraciones internas. La segunda cita trae la visión de los obispos de América Latina y el Caribe, reunidos en la V Conferencia Episcopal del CELAM, realizada en Brasil, en 2007:

Uno de los fenómenos más importantes en nuestros países es el proceso de movilidad humana en su doble expresión de migración e itinerancia, en el que millones de personas migran o se ven obligadas a migrar dentro y fuera de sus respectivos países. Las causas son diversas y están relacionadas con la situación económica, la violencia en sus diversas formas, la pobreza que afecta a las personas y la falta de oportunidades de investigación y desarrollo profesional. En muchos casos, las consecuencias son de extrema gravedad a nivel personal, familiar y cultural.

2 . Un paso atrás: siglo del movimiento

Las cuatro citas del ítem anterior muestran que, en períodos de “transformaciones profundas y rápidas” (GS,4), los desplazamientos masivos humanos tienden a manifestarse como ondas superficiales y visibles de cambios subterráneos e invisibles. La migración se revela como una especie de termómetro para leer los “signos de los tiempos”. Los cambios sustanciales, ya sean socioeconómicos o político-culturales, que rompen con valores y referentes, con una determinada cosmovisión o con el paradigma de un pueblo o nación, suelen estar precedidos o seguidos de movimientos masivos de personas. El relato de Scalabrini sobre la multitud de emigrantes en la estación de Milán, por ejemplo, es emblemático en este sentido. De ahí su famosa frase, según la cual “el mundo se mueve rápido y no podemos parar”.

Peter Gay y Eric Hobsbawn, ambos historiadores, afirman que las migraciones son una de las consecuencias de las transformaciones europeas del siglo XIX. El primero de ellos afirma que, entre las primeras décadas del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, la población de Manchester, Inglaterra, cuna de la revolución industrial, sube de 70 a 700 mil habitantes debido al éxodo rural. No será diferente con ciudades al otro lado del Canal de la Mancha, como Milán, Turín, París, Frankfurt, Múnich, Ámsterdam, entre otras. En el mismo período de 100 años, alrededor de 65 millones de personas abandonaron el viejo continente europeo hacia las nuevas tierras de las Américas, Australia y Nueva Zelândia. 

El mismo autor coincide con Eric Hobsbawn en referirse al siglo XIX como el “siglo del movimiento”, así como de una aceleración histórica sin precedentes de la producción y la productividad. Ambos historiadores utilizan la metáfora del tren: movimiento geográfico, con la invención de la máquina de vapor (barcos, trenes, automóviles, más tarde aviones), pero también movilidad social, es decir, desplazamiento masivo de personas, tanto del campo a la ciudad cuanto de la Europa hacia más allá de los mares y océanos. Ciñéndonos a la Península Itálica, según el historiador francés Fernand Braudel, entre 1815 y 1915, nada menos que 25 millones emigraron de su territorio. En la década de 1901 a 1910, el promedio anual de emigrantes es de 600 mil. El año 1913, por su parte, representa el récord de salidas: más de 850 mil personas. En mayor o menor grado, varios países sufrieron la misma hemorragia: Irlanda e Inglaterra, Alemania y Polonia, España y Portugal, entre otros. En el caso de Irlanda, la situación se agravó con la gran hambruna de 1845-1849, debida a una plaga que afectó a las plantaciones de patata, alimento básico de la población.

O mesmo autor concorda com Eric Hobsbawn no sentido de referir-se ao século XIX como o “século do movimento”, como também de uma aceleração histórica sem precedentes da produção e da produtividade. Ambos os historiadores usam a metáfora do trem: movimento geográfico, com a invenção da máquina a vapor (circulação de navios, trens, automóveis, mais tarde aviões), mas também mobilidade social, isto é, deslocamento massivo de pessoas, tanto do campo para a cidade quanto da Europa para além dos mares e oceanos. 

Limitando-nos à Península Italiana, conforme o historiador francês Fernand Braudel, entre 1815 e 1915, nada menos do que 25 milhões emigraram de seu território. Na década de 1901 a 1910, a média anual de emigrados é de 600 mil. O ano de 1913, por sua vez, representa o recorde de saídas: mais de 850 mil personas. En menor o mayor grado, varios países sufrieron la misma hemorragia: Irlanda e Inglaterra, Alemania y Polonia, España y Portugal, entre otros. En el caso de Irlanda, la situación se agravó con la gran hambruna de 1845-1849, debida a una plaga que afectó a las plantaciones de patata, alimento básico de la población.

Mirando al otro lado del Atlántico, la ciudad de São Paulo vio cuadruplicar su población entre 1890 y 1900: de 64.934 en 1890 a 239.820 en 1900. El p. Giuseppe Marchetti llegó a São Paulo precisamente en este período de su expansión demográfica, en el que la población extranjera, formada principalmente por italianos, superaba con creces a la población brasileña. Não seria exagero estender esse crescimento a localidades tão díspares como Detroit, Chicago e New York (Estados Unidos), Santiago e Buenos Aires (respectivamente Chile e Argentina), Sidney e Melborne (Austrália).

  • Dos hermanas gemelas

La Revolución Industrial llega a su apogeo. El campo se vacía, las ciudades se hinchan. Se multiplican las chimeneas y los “soldados de fábrica”, mientras multitudes de emigrados buscan oportunidades al otro lado del océano. Las condiciones de trabajo, vivienda y salud de los trabajadores en general son sumamente precarias: hombres, mujeres y niños. En un contexto sociohistórico similar, en la segunda mitad del siglo XIX, la Iglesia desarrolló una nueva sensibilidad ante la situación de los trabajadores y sus familias. Esta nueva sensibilidad estará marcada sobre todo por los llamados “santos sociales”. Son fundadores y fundadoras de nuevos institutos religiosos, centrados no solo en la mística y la vida comunitaria, sino también en la pastoral activa. Además de la vida religiosa, estas nuevas Congregaciones tendrán un marcado carácter apostólico. De ahí el carisma de cada una: o una situación muy específica de pobreza y abandono, o una categoría específica de personas vulnerables.

Algunos ejemplos son bien conocidos: San Juan Bosco y los Salesianos, en su preocupación por los jóvenes; las Oblatas del Santísimo Redentor, con la mirada puesta en las mujeres prostituidas; Hermanas de la Inmaculada Concepción, al cuidado de viudas y huérfanos (la mayoría de los trabajadores, especialmente en las minas, morían prematuramente, dejando familia); Beato J. B. Scalabrini, Beata Assunta Marchetti, P. José Marchetti y Madre Cabrini, todos en un intento de acompañar a los emigrantes que buscan oportunidades en nuevos continentes, donde, según una carta recibida por Scalabrini, “aquí se vive y se muere como animales”.

Ante las consecuencias de la Revolución Industrial y los desplazamientos humanos masivos, algunos personajes se cruzan y entrelazan en el paso del siglo XIX al XX: por un lado, el entonces Papa León XIII y por otro, el obispo de Piacenza, Juan Bautista Scalabrini, junto con Madre Cabrini, Madre Assunta y el P. Marchetti. Mientras León XIII se preocupaba por la explotación exacerbada de los trabajadores de las minas y fábricas que aparecían por toda parte, los demás tenían los ojos puestos en aquellos que ni siquiera conseguían trabajo en el viejo continente, viéndose para ello obligados a cruzar los océanos en busca de un futuro mejor.

Las fechas iluminan esta sintonía entre la nueva sensibilidad de las Congregaciones y la nueva sensibilidad de la Iglesia ante la “cuestión social”. En 1887, Scalabrini fundó la Congregación de los Misioneros de San Carlos, con el objetivo de acompañar a los emigrantes italianos por el mundo. En 1895, junto con Madre Assunta y el P. Marchetti, nace la Congregación de las Hermanas de San Carlos, con el mismo fin. Con el transcurso del tiempo, ambas Congregaciones ampliarían su campo de acción para servir no sólo a los italianos, sino a todos los migrantes, refugiados, expatriados, marineros, itinerantes, en fin, a todo el universo de la movilidad humana. No hay que olvidar que, antes de fundar las dos congregaciones, Scalabrini había fundado un Instituto de Laicos a favor de los derechos de los emigrantes.

En mayo de 1891, justo a medio camino entre la fundación de una y otra de estas Congregaciones, el Papa León XIII publicó la Carta Encíclica Rerum Novarum (RN) (Sed de Cosas Nuevas), con el subtítulo “la condición de los trabajadores”. La expresión está muy cerca del título de un estudio de Friedrich Engels, fechado en 1844, casi medio siglo antes. Volviendo a la Rerum Novarum, la carta encíclica pasará a la historia como el documento inaugural de la llamada Doctrina Social de la Iglesia. Vale la pena insistir en este aspecto: mientras la pastoral de la Iglesia, en la persona del Papa, se dirige a la condición de los trabajadores y trabajadoras en el viejo continente, Scalabrini, José Marchetti, Assunta Marchetti y Cabrini, se encuentran interpelados por quienes, imposibilitados de encontrar trabajo en Europa, cruzan los mares hacia un futuro incierto. Resulta claro que la sensibilidad y la preocupación pastoral de la Iglesia por los trabajadores nace contemporáneamente con la sensibilidad y la preocupación pastoral del carisma scalabriniano por los migrantes. La que luego se convertiría en Pastoral Social es la hermana gemela de la que, también más tarde, se convertiría en Pastoral de los Migrantes.

  • Francisco: testigo digno de una encíclica

El retorno a este doble origen representa una luz para leer y comprender los desafíos del mundo actual. Desafíos de carácter sociopolítico y desafíos relacionados con el universo de escenarios y narrativas migratorias. El estudio de la historia es el mejor antídoto contra lo que el Papa Francisco llama la “globalización de la indiferencia” en relación a los problemas del presente y en relación a la responsabilidad por el futuro de la historia. De ahí la atención del actual Pontífice a consolidar una “cultura del encuentro, del diálogo y de la solidaridad”. Se trata de un compromiso que el Santo Padre ha asumido con energía desde su elección a la Cátedra de Pedro en marzo de 2013.

De hecho, ese día el Papa Francisco bromeó diciendo que habían elegido como pontífice a alguien que “vino del fin del mundo”. La broma, sin embargo, no fue exagerada. Desde el principio, se cambió el “lugar social” desde el cual comenzó a manifestarse la máxima cabeza de la Iglesia Católica. Se cambió el “punto hermenéutico” desde el cual interpretar sus palabras, gestos y documentos. Algo estaba cambiando dentro de la Iglesia, ya sea desde el punto de vista eclesiológico o desde el punto de vista de la toma de decisiones. El centro desde el que habían gobernado sus predecesores se trasladó a la periferia. El eurocentrismo eclesial daba algunos pasos a favor de una descentralización cuyo camino acababa de ser revelado. Por supuesto, la silla de Pedro permaneció en Roma, pero su ocupante trajo consigo nuevas formas de interpretar la Palabra de Dios, la tradición judeocristiana, la doctrina de la Iglesia y su propia función no como poder, sino como servicio.

Como el otro Francisco, el de Asís, casi un milenio antes, también Jorge Bergoglio decidió despojarse de una actitud que remitía a los siglos solemnes y pomposos de una Iglesia aliada a los señores del dinero y del poder. Se despojó de algunos símbolos visiblemente asociados con la casta principesca, presentándose desde el principio como un sirviente de sirvientes. Es más, inclinó la cabeza y pidió a la gente oraciones y bendiciones. Un líder no es quien dirige a las masas, sino quien se deja conducir por ellas – como recordaría el filósofo italiano Antonio Gramsci, cuando acuñó el concepto de “intelectual orgánico”. Este último se convierte en el vocero de la clase social en la medida en que es capaz de leer e interpretar sus más profundos pesares y anhelos.

El nuevo Papa no venía sólo del fin del mundo, de un país del Sur y de la periferia del planeta. Trajo también de este rincón, gritos silenciados y silenciosos, así como una nueva clave hermenéutica para leerlos e interpretarlos. El pastor del Gran Buenos Aires conoció de primera mano, entre otros gritos provenientes de la clandestinidad de la dictadura militar, el dolor de las Madres de Plaza de Mayo. Sabía de la terquedad de los movimientos sindicales, estudiantiles y populares, así como de las organizaciones no gubernamentales (ONG). Más cercano aún, siguió la práctica de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB), cuya pedagogía eclesial fue iluminada por la Teología de la Liberación (TdL). Había participado en las Asambleas Episcopales de América Latina y el Caribe.

Esta larga experiencia lo llevó pronto a gestos, viajes y palabras desconcertantes. Sacudió y despertó la somnolencia de una Iglesia que daba muestras de acomodarse a un formalismo ritual y litúrgico de sacristía. Con voz aguda, dejó claro que los cambios profundos y radicales no nacen en el centro, sino que se originan en la periferia. Sólo cuando ésta ejerce presión, a través del movimiento de voces, grupos y masas movilizadas, el centro puede dejarse interpelar y tomar decisiones innovadoras. La Buena Noticia viene del no-lugar: el mejor lugar para echar raíces para el nuevo lugar. El fruto solo cae del árbol cuando está maduro. Decretos y transformaciones son fruto de los cimientos que cultivan la semilla y el tiempo que hace crecer la espiga.

La experiencia profética de Bergoglio arrojó luz sobre rostros antes desconocidos e invisibles, como los migrantes y refugiados. Desde el fin del mundo, trajo al centro del escenario la voz muda, cimentada por la guerra y la violencia, por la pobreza y el hambre. Rasgó el fino velo de las apariencias y la hipocresía, demostrando que millones de seres humanos sólo se hacen visibles a través del naufragio y la tragedia, en el momento de la muerte. Otros, por miles, tragados por las aguas o las arenas, serán olvidados para siempre, sin nombre ni rostro, solo fríos números y estadísticas. El Papa insistió en estar presente en las islas de Lampedusa (Italia) y Lesbos (Grecia), así como en la dramática frontera entre México y Estados Unidos, encrucijadas de travesías, donde ilusiones y desengaños se mezclan y se funden. Voces y rostros que vienen de lejos, del fin del mundo, para recordarnos que la fe y la esperanza siguen vivas, a pesar de los hombros encorvados, las rodillas dobladas y la mirada en el suelo.

Perguntas para reflexión:

  • Desde la perspectiva de la movilidad humana, ¿qué elementos podemos trazar entre el contexto de Scalabrini y el contexto contemporáneo?
  • ¿Cuáles son los principales desafíos de las migraciones actuales para la Iglesia y para la Pastoral de los Migrantes, en Brasil y en el mundo?
  • Según Scalabrini, “los tiempos nuevos exigen organismos nuevos”. ¿Qué debe y puede ser cambiado hoy en los medios y métodos pastorales?

Pe. Alfredo J. Gonçalves, cs

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